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Familia

¿Mis hijos, mi prolongación?

Un niño/a no es una “tabla rasa” donde gravar todos los deseos y expectativas de papá y mamá, ni un ser humano pasivo moldeable al gusto de quién le cuida. Un niño/a es el resultado de la interacción de la genética, y toda la herencia familiar, escolar, social y cultural en el que crece.

Esto me hace rememorar las palabras del poeta libanés Jalil Gibran en El profeta (1923):

Nuestros hijos no son nuestros hijos, son los hijos y las hijas del anhelo de la vida, ansiosa por perpetuarse. Y aunque están a nuestro lado, no nos pertenecen. Podemos darles nuestro amor, pero no nuestros pensamientos. Porque ellos tienen sus propios pensamientos. Podemos dominar sus cuerpos, pero no sus almas. Porque sus almas habitan en la casa del futuro, cerrada incluso para nuestros sueños. Podemos esforzarnos en ser como ellos, mas no tratemos de hacerlos como nosotros. Porque la vida no retrocede ni se detiene en el ayer.”

Es un flaco favor pensar que los hijos y las hijas son una extensión de uno mismo, de igual manera es dañino albergar una idea preconcebida de los hijos o hijas, véase, pensar “lo que mi hijo sea o no sea va afectar a mi identidad y al concepto que los demás tengan de mí.” Igualmente, también hay progenitores que antes de nacer ya están creando una expectativa de qué, o cómo será su hijo/a; “mi hija será bailarina”.

Esta expectativa mental por parte de padres y madres suele ser inevitable y está alimentada por un afán de que los hijos y las hijas sean o tengan todo aquello que como padre o madre no han conseguido, o no tuvieron, o ha sido inalcanzable.

Sea como fuere, si luego los hijos y las hijas no cumplen las expectativas de los padres y madres lo más probable es que se sientan profundamente fracasados y decepcionados.

Por lo general, y hasta donde yo sé, cuanto más se desvía el niño o la niña de la norma o de la expectativa de los padres, mayor es el reto que plantea el equilibrio familiar.

 

Josep,

 

Imagen:Freepik

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